miércoles, 22 de abril de 2009

Pasantías

El argumento de autoridad es un artilugio trillado. Cargo, edad, profesión o experiencia, suelen aparecer como el único fundamento aparente de sentencias de lo más irracionales. Ello está arraigado en nuestra sociedad actual. Así, el que dispara veredictos propulsados desde su rol o posición no tiene resistencias del destinatario, quien, generalmente, asume la inmunidad de la palabra autorizada.

El régimen de pasantías, básicamente, se funda en la inexperiencia y juventud del pasante para establecer una relación laboral precaria. Los jóvenes inexpertos no tienen la autoridad de los viejos experimentados. No se otorgan razones para sostener esa conclusión. Se confía, adrede, en caracteres de hecho. Ergo, se aduce que el sistema beneficia a ambas partes de la relación. Mentiras. El empresario, por migajas, aprovecha la enérgica y conocimientos universitarios de los estudiantes o recién graduados. Eso está claro. En cambio, es más cuestionable el retorno que le produce al pasante. Se invoca que el sistema favorece a la inserción laboral de la juventud profesionalizada. Es decir, se termina alegando que le conviene ingresar a un entorno laboral, resignando sueldo y seguridad, para ganar experiencia. Cuantas falacias. Una persona que estudió entre tres y seis años podrá no tener el hábito práctico, pero en cambio, propone un bagaje teórico que, combinado con la fuerza de su juventud y la carencia de malas mañas, resulta imprescindible para cualquier organización laboral. Eso es un valor agregado que, por conveniencia, se lo interpreta como una deficiencia que repercute en las condiciones de contratación. Las universidades son cómplices de la patraña y ofrecen a sus estudiantes y graduados como mercancías chinas.

Alejandro Magno tenía veinte años cuando tomo el mando de Macedonia. Menos mal que en su época no existían los prejuicios de hoy. No creo que hubiese agarrado por $450 más tickets.

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